Sol, piscina y ejercitar profesiones ambivalentes

Sol, piscina y ejercitar profesiones ambivalentes

La virtud de respetar la naturaleza de cada actividad.

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Resumen Automático

20/04/2025 00:02
Fuente: Prensa Libre 

Por la ventana se ve una piscina azul, su agua cristalina refleja el sol ardiente de las playas de Escuintla. Bendita, la semana del verano, descanso que energiza para las tareas por hacer. A mí me espera una grande al regreso a casa. Una de un día mucho tiempo atrás, de cuando ejercí el notariado público. Cuando a eso puse una pausa que por momentos pareció permanente, dejé el millón de papeles resguardados, para finiquitarlos en un futuro que ahora llegó. Son las diez de la mañana, y cierto es que todavía es tan temprano que aún no salen las cervezas. Pero cuando languidece la vacación, pienso de nuevo en la tarea que me aguarda. Estas semanas han sido de desempolvar 15 cajas con los viejos protocolos notariales. Estos son colecciones de escrituras públicas, de esas que hacen los licenciados, atiborradas de formalidades legales en una profesión que es rigurosa a morir. Una, donde la improvisación y el practicismo no son el norte que la inspira. Una que moldea un temperamento formalista en quien la ejerce.

La virtud de respetar la naturaleza de cada actividad.

A mí, una cierta ambivalencia de carácter me ha dado espacio en otros campos. Desde hace unos años me he involucrado de lleno en operaciones comerciales donde tuve que adoptar una nueva mentalidad. No olvido una experiencia particular cuando empezaba en esto. Creo me pidieron la elaboración de un plan. Yo, queriendo hacer las cosas “bien”, sentí el peso de una montaña. Total, venía de aquella rigurosa escuela donde los errores pueden llevarlo a uno hasta la cárcel. Mi nuevo mentor, viendo que me quedaba atrás, me dijo: “Mándame un plan pronto. Lo que haya que cambiar, en el camino lo mejoramos”. Siempre entendí que el comercio es menos formal. Pero esa disposición a errar en aras de la eficiencia me voló la cabeza. Estaba, ciertamente, en otro mundo de aquel que me formó.

Posiblemente, a veces, como sociedad, lo olvidamos; pero las distintas destrezas que inspiran a cada una de las actividades son un valor indispensable para crecer más allá de lo que lograría un individuo solo. Infantil, digamos, sería ponernos a debatir sobre cuál temperamento es mejor que el otro, y torpe sería pretender que una profesión adopte la metodología de la otra. Es algo tan elemental del valor del balance, que pensaría uno innecesario recordarlo. Pero esto es precisamente lo que países que votan olvidan cuando empresarios populistas se postulan para cargo público, bajo promesas de volar las normativas establecidas, ofreciendo la añorada eficiencia. Con frecuencia lo que surge, es la espontaneidad, un riesgo que en el comercio es natural, pero que en lo público es peligroso, negligente.

Capitales que son propios se mueven en el comercio. Pueda que resulte la inversión o no. El que no arriesga, no gana; y sobre esa lógica crecen las fortunas. En lo público, en cambio, se administra lo de todos. Es ajeno. El gobierno es producto de siglos de evolución y sus preceptos dan garantías vitales. Cierto, distintas escuelas antagonizan sobre los caminos a seguir. Pero simplemente desechar el recorrido hace caer en imprudentes improvisaciones. Hoy, ninguna escuela económica favorece la guerra de los aranceles globales. Tampoco, por ejemplo, hay sistema occidental que admita cárceles draconianas como la de El Salvador, a donde se ingresa sin debido proceso. Pero millones de comunes las aclaman. Ignoran la virtud de respetar la naturaleza de cada actividad, en vez de llegar con arrogancia, creyendo la propia mejor que las demás. En fin, es solo lo que comparte hoy este, de profesiones contradictorias, que por fin abre su merecida cerveza, desde las cálidas playas del Pacífico sur. Salud, mundo interesante.

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